La relación más entrañable que experimentamos a lo largo de nuestra vida es la relación con nuestra madre. Esta relación nos dio la vida. Pero no sólo eso, nuestra madre nos dio la vida junto a nuestro padre, empezando con el óvulo fecundado en su vientre; el largo embarazo durante el cual nos desarrollamos en su vientre en total e íntima sintonía.
Fue así durante nueve meses, hasta que nos convertimos en un ser humano completo, listo para el nacimiento y la separación de ella; para ver la luz del mundo como ser humano e inhalar por primera vez como recién nacido.
¿A dónde llegamos después de nuestro nacimiento? Al pecho materno. Ahí recibimos el primer alimento para nuestra propia circulación sanguínea, la leche de ella, la leche de nuestra madre fue vital para nosotros.
¿Dónde más, el milagro de la vida nos parece más misterioso y extraordinario que en esta unidad total y completa con nuestra madre que lo abarca todo desde el inicio mismo?
¿Qué queda más adelante de esta unión, cuando, paso por paso, nos separamos de ella y de nuestro padre para convertirnos en seres autónomos? Cuando dejamos el seno de nuestra familia para volver a nacer, ahora en un mundo externo, ¿perdimos a nuestra madre y con ella a nuestro padre? ¿Perdimos en ocasiones nuestro amor para ellos y su amor para nosotros? ¿Nos llevamos su amor a este segundo nacimiento, a nuestra vida independiente? ¿O rechazamos este amor? Por ejemplo, debido a los reclamos, ¿qué nos hizo sentir superior a ellos, como si nosotros fuéramos los grandes y ellos inferiores?
Este proceso de convertirnos en seres independientes y ser independientes: ¿nos enriqueció a nivel interno? O más bien, ¿Nos hizo más pobres e insignificantes? ¿Realmente nos hicimos más aplicados para convertirnos en adultos, realmente estamos listos para transmitir la vida en todo su amplio sentido? ¿Intervino algo entre ellos y nosotros, quizá una separación dolorosa de ella y de nuestro padre, que puso término a la felicidad original que solíamos sentir en su presencia? ¿Fuimos unidos antes de tiempo con el lado paterno de nuestro crecimiento y la seriedad de la vida? ¿Extrañamos esta etapa inicial de felicidad y nos olvidamos de lo grande e íntimo de ella?
¿De qué estoy hablando en este contexto? ¿Cuál es la experiencia que todos tenemos que vivir en algún momento? Para algunos es un poco más duro, para otros resulta más difícil. Estoy hablando de la separación y del dolor que conlleva esta experiencia.
Debemos tomar en cuenta otro aspecto. La relación con nuestra madre se ve reflejada y continuada en nuestras relaciones con otras personas. En particular, en nuestras relaciones con nuestra pareja y nuestros hijos. prosigue también en nuestro trabajo y en nuestra profesión.
Si en esta relación con nuestra madre hubiese ocurrido algo que nos separó de ella- incluso por poco tiempo-, el dolor queda nos afectará por el resto de nuestra vida. Nos afectará en las relaciones con otras personas y en las expectativas que ellos tienen con respecto a nosotros y viceversa.
Bert Hellinger, “La Sanación”